Estos últimos días, en los que ya se le está indicando a Grecia, sin ningún tipo de tapujo, por dónde está la puerta de salida del euro y de la Unión Europea, me ha asaltado una extraña sensación de tener ya marcado nuestro propio camino (el de España), pero no desde estos días, sino desde el mismo día en que la crisis financiera sacudió Estados Unidos y empezaron a caer bancos de inversión al otro lado del Atlántico. Nunca me imaginé que el pesimismo que me invade pudiera llegar a ser de estas dimensiones.
A Grecia se le han ido imponiendo condiciones económicas imposibles de cumplir desde que, a finales de 2009, el PASOK hiciese público que las cifras de deuda y de déficit públicos eran mucho mayores que las aireadas por el anterior gobierno heleno; en un cierre de año en el que parecía asomarse ya la recuperación de la crisis financiera de las hipotecas basura norteamericanas (la bolsa española cerró el año con un incremento de casi el 30%, siendo la crisis inmobiliaria y los aun secos créditos a la economía real los principales escollos a superar), aquel anuncio pareció despertar a algún tipo de fiera que había esperado adormecida que alguien le enviara una señal.
En Enero de 2010 el nuevo gobierno griego anunció el primer plan de ajustes para reducir el déficit y la deuda públicos; en Febrero de 2010 dio otra vuelta de tuerca a los ajustes ante las presiones de una Unión Europea encabezada por Ángela Merkel y ante unos mercados que, guiados por la rebaja en la calificación de la deuda griega realizada en Diciembre por las tres agencias de calificación (Fitch, S&P y Moody’s), empezaron a exigir mayores rentabilidades a los bonos griegos. Tras el anuncio de la segunda tanda de recortes en Grecia, la prima de riesgo española se disparó hasta los 100 puntos básicos y la griega y la portuguesa también se incrementaron notablemente: la fiera no se conformaba sólo con la presa fácil (sólo el 4 de Febrero de 2010, los fondos de inversión con sede en Chicago movieron más de 5.000 millones de euros en apuestas contra las deudas griega, portuguesa y española).
Grecia se vio obligada a implementar nuevas medidas durante los primeros días de Marzo, pero al cabo de un mes ya tenía que pagar por su deuda unos intereses superiores al 7%, al tiempo que las tres agencias de calificación rebajaban tanto su calificación como la de Portugal, España y también Italia. El día 23 Papandreu tuvo que solicitar la activación del rescate que la Unión Europea había aprobado el mes anterior para países en problemas; y el 7 de Mayo se aprobaron los primeros 110.000 millones de euros para rescatar a Grecia, un dinero que la Unión Europea (85.000 millones) tomaría prestado de los mismos mercados que estaban desestabilizando las deudas soberanas de sus Estados.
El 10 de Mayo se aprobaría también un nuevo fondo de 750.000 millones de euros para afrontar el posible rescate por contagio del resto de países que estaban sufriendo los ataques de los mercados; 500.000 millones de euros los tendría que tomar prestados la Unión Europea de esos mismos mercados. Mientras tanto, se conocía que el Deutsche Bank alemán estaba especulando con productos financieros para apostar a la baja por la economía española y la de los países periféricos.
Seis meses después (el 21 de Noviembre) cayó Irlanda al intentar rescatar a sus entidades financieras (recibiría 85.000 millones, de los cuales más de 40.000 serían aportados por la Unión Europea); el 16 de Mayo de 2011 (otros seis meses después) caería Portugal (78.000 millones de euros, de los cuales 52.000 millones corresponderían a la Unión Europea).
En Noviembre de 2011 (otros seis meses más) las tensiones sobre la deuda española llevarían a su prima de riesgo (y a la italiana) por encima de los 500 puntos porcentuales, aunque en este caso nuestro país aguantó la presión; seis meses más tarde (ayer y hoy) la prima de riesgo vuelve a los mismos niveles que en Noviembre e incluso los supera, batiendo todos los records, mientras al primer país rescatado le dan la espalda todas las instituciones europeas e internacionales porque los ciudadanos griegos (los que soportan todos los recortes sociales impuestos por la UE y el FMI) no les han dado la mayoría a los dos partidos que aplicaban religiosamente y sin rechistar esos recortes.
Y ahora, recopilemos y ordenemos todos los datos. Las crisis en las deudas soberanas europeas se producen reiterada y cíclicamente sobre los mismos objetivos cada seis meses desde las elecciones griegas de finales de 2009, y más concretamente desde que el nuevo gobierno aireó el engaño de sus cuentas anteriores (Noviembre de 2009). En los tres rescates europeos ejecutados hasta ahora (Grecia por partida doble, pues en Octubre de 2011 se le otorgó un nuevo préstamo de 130.000 millones de euros), la Unión Europea ha pedido prestados ya a los mercados más de 265.000 millones de euros.
¿Cuál es la sensación que me ha quedado tras estos días de nuevos ataques de los mercados a países enteros? Pues que, desde la caída de Lehman Brothers, allá por Septiembre de 2008, todas las políticas económicas del mundo desarrollado han ido destinadas a evitar que los grandes bancos de inversión cayeran uno tras otro por su exposición a mezclas de productos financieros (los famosos derivados, donde cabían desde hipotecas basura hasta deudas soberanas, incluidas las de los países rescatados) en los que nadie sabe exactamente con qué activos están respaldados (si es que lo están) ni cuánto valen realmente esos activos. La exposición de los 9 principales bancos estadounidenses a estos productos financieros (a los derivados) es aun hoy de unos 200 billones de dólares (más de 150 billones de euros).
Los pinchazos inmobiliarios de Estados Unidos, de Irlanda y de España están repartidos por todo el mundo a través de la división y reventa (eso es lo que hacían todos los bancos: conceder un préstamo, dividirlo, integrarlo junto a otros productos y revenderlo como una inversión) de los masivos préstamos hipotecarios que se concedieron durante la época de vacas gordas, que están hoy integrados en no se sabe cuántos productos derivados. Como la deuda soberana griega, portuguesa, irlandesa, española o italiana. El billón de euros que deben las familias españolas están ahí, y de los dos billones de euros que deben las empresas, una gran parte también está ahí: es decir, sólo en casas españolas, los inversores pueden tener hasta dos o tres billones de euros que no saben cuánto valen.
La sensación que tengo es que todas las políticas de austeridad en Europa (Estados Unidos es otro mundo, porque allí su banco central sí tiene capacidad para implementar medidas anticrisis) han sido promovidas y aplicadas para que sean los estados los que asuman las garantías (para que puedan pagarlas) que no tienen hoy los inversores por el invento de unos derivados de los que no se sabe cuál es su valor real, asumiéndose así que cuanto más tiempo pase más podrán maquillar sus pérdidas todos esos bancos de inversión, aprovechando asimismo las altas rentabilidades de las deudas soberanas para ir tapando el inmenso agujero en sus cuentas y evitando así un colapso mundial de todo el sistema financiero. Y si eso se hace a costa de arrasar uno o dos países, hágase.
Y ahora veamos alguna cosa más. La Unión Europea debe a los mercados más de 265.000 millones de euros por los rescates a Grecia, Portugal e Irlanda; los bancos centrales de todo el mundo desarrollado han inyectado desde 2008 más de 4 billones de euros al sistema financiero para evitar su colapso. Todas esas operaciones de salvamento a países y entidades financieras se convierten en ridículas si las comparamos con los 150 billones de euros en productos financieros que nadie sabe qué valor real tienen, puesto que nadie sabe qué es lo que se ofrece como garantía a ese valor contable (habrá muchos solares españoles, muchas promociones sin construir, muchas viviendas sin vender y muchas viviendas cuyo valor es un alto porcentaje indeterminado menos del inicial, igual que habrá deuda griega que ahora vale el 50% tras la reciente quita o deuda española que nadie sabe cuánto valdrá dentro de unas semanas o dentro de unos meses); porque no nos engañemos: la deuda española la están comprando los bancos españoles, pero los bancos españoles no se quedan con esa deuda hasta el vencimiento, sino que la colocan en productos derivados (los planes de pensiones, públicos o privados, están rebosantes de deuda española) a otros compradores de otros países o a nosotros mismos. Y el problema es que tan solo un 10% de devaluación de esos productos derivados de los que se desconoce su valor real nos llevaría (no “les”, sino “nos”) a unas pérdidas de 15 billones de euros, que es casi cuatro veces lo que ha costado hasta ahora esta crisis. Y aflorar esas pérdidas sí sería el fin del sistema.
Así que no queda otra que alargar la agonía sacrificando a actores secundarios para proteger a los actores principales (JP Morgan, que la semana pasada reconoció una pérdida de 2.000 millones de euros en una parte de estos derivados, tiene en cartera 55 billones de euros de este tipo de productos, es decir, 55 veces el valor del PIB de España). Todo sea para intentar salvar el sistema.
¿Y entonces? Pues está claro: España seguirá el mismo camino que Grecia. No sé si será este mismo mes cuando nos rescaten o será el próximo ciclo de turbulencias (en Noviembre), pero lo que sí está claro es que nuestro billón de euros es una auténtica minucia ante el monstruo de los derivados que tienen entre manos los grandes bancos de inversión. Nuestro rescate (que irá acompañado de objetivos económicos incumplibles, como los que se le han impuesto a Grecia) servirá para que el resto de actores económicos e inversores acaben de desinvertir en nuestro país (ya lo están haciendo de forma masiva, a razón de 200.000 millones sólo el mes de Febrero pasado) para evitar mayores pérdidas, mientras aprovechan las altas rentabilidades de nuestra deuda pública (asegurada entonces por el BCE y la Unión Europea) para empaquetarla junto a otros derivados y revenderla a los fondos más especulativos. ¿Expulsarnos del euro? Pues sí: una vez nuestra economía esté lo suficientemente raquítica por la austeridad y la ausencia de crecimiento (como le está pasando a Grecia) y se hayan agotado las posibilidades de asumir nuestras deudas (que ya estarán por completo en manos de nuestros bancos y en nuestros fondos de pensiones públicos y privados y, por lo tanto, la quiebra no afectará a otras economías), el camino será el mismo que el de Grecia (y el de Portugal, y no sé si también el de Irlanda).
Me uno, pues, a los agoreros del final del sistema. Y creo, además, que si adelantamos los acontecimientos sufriremos menos.
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