Castellón rebosa optimismo, y si no que le pregunten al contribuyente.
Hace un año, sobre estas mismas fechas, se conoció el IPC del mes de Julio, que es el que utiliza el Ayuntamiento de Castellón para realizar los ajustes en sus impuestos; hace dos años el IPC subió un 5,3%, y los impuestos municipales subieron el 5,7%. El año pasado el IPC de Julio bajó un 1,4%, pero el Ayuntamiento de Castellón ya no utilizó ese IPC, evitándose así bajar los impuestos al contribuyente; este año (con una subida del IPC de Julio del 1,9%), nadie dice nada en el Ayuntamiento de Castellón sobre qué pasará con los impuestos. Pero el problema no es adivinar cual será la decisión final del PP (las rebajas de impuestos no parecen estar entre las opciones posibles), sino la absoluta indiferencia del contribuyente castellonense, no sólo ante la aleatoriedad de esa decisión final, sino también ante el uso que el Ayuntamiento de Castellón está haciendo de esos incrementos en la presión fiscal de los castellonenses.
El Ayuntamiento de Castellón está tan boyante económicamente que se permitió el lujo de dejar perder casi un millón de euros del Plan-E al tirar a la basura uno de los proyectos (una ocurrencia del Alcalde Alberto Fabra) de los que solicitó subvención al Gobierno de Zapatero: los maceteros rompe-coches. Tan a rebosar están las arcas municipales de Castellón que, no contentos con ese millón de euros, el Ayuntamiento de Castellón regala locales públicos (cuya construcción costó tres millones de euros, financiados, eso sí, por el Plan-E) a negocios privados a cambio de nada.
Esta demostración de derroche de dinero público no parece afectar lo más mínimo al contribuyente castellonense, al parecer convencido (o habituado) de que esta es la mejor (o la única) forma de hacer política y de gestionar el dinero de todos; tal vez esa mayoría (cada vez mayor, según la encuesta que se enlaza más arriba) de castellonenses tengan razón (por aquello de que todos los políticos son iguales y más vale malo conocido que bueno por conocer), pero yo estoy convencido de que existen otras formas de gobernar y, sobre todo, convencido de que pasados ocho años de Gobierno (ya sea municipal, autonómico o estatal), todo empieza a pudrirse y a corromperse por esa extraña manía de los políticos de considerar exclusivamente suyo lo que en realidad es de todos.
Pero volvamos a Castellón, una ciudad que hemos visto durante el último año levantada por todos los puntos cardinales por obras de todo tipo; tanta obra pública en beneficio de todos los contribuyentes podría ser una buena justificación a las últimas subidas de impuestos municipales, y de ahí el pasotismo de los castellonenses ante tanto derroche (es bien sabido que aquí pueden sobrevivir sin problemas el despilfarro y la corrupción si a cambio se hace algo –ya sea poco o mucho– por Castellón). El problema viene cuando descubrimos (y para descubrirlo no hay que ser muy observador: basta con mirar los carteles informativos que acompañan a cada obra) que el Ayuntamiento de Castellón no ha invertido ni un solo euro en las principales obras que se han hecho en Castellón al menos durante los dos últimos años.
La gran pregunta que puede hacerse el contribuyente castellonense (si es que quiere hacérsela, puesto que siempre habrá quien prefiera no ver, no oír, no hablar y, por supuesto, no pensar demasiado) es dónde han ido a parar sus impuestos y las subidas de los últimos años. ¿Alguien lo sabe?
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