Sintrom a mansalva para nuestr@s abuel@s

Antes de entrar en materia, una advertencia: no soy médico, ni pretendo suplantar las prescripciones médicas que se aplican a cada paciente; tampoco es una crítica contra el medicamento en sí, cuyas virtudes no voy a cuestionar en absoluto, ni esta entrada va a versar sobre polémicas con ningún laboratorio o marca comercial. Dicho esto, vayamos al tema.

El Sintrom parece haberse convertido en la panacea médica para la tercera edad; parece que no hay médico que se precie que no recete un buen número de pastillas para evitar las tan comunes y temidas trombosis en las viejas arterias de nuestros abuelos y abuelas.

De la misma forma, nuestros abuelos y nuestras abuelas saben de sobra que, más pronto que tarde, algún día llegarán al Club de los Ensintromados. “Ya me toca el Sintrom” debe ser una de las frases más repetidas entre la tercera edad.

Como todo medicamento, el Sintrom tiene determinados efectos secundarios, puesto que al ser un anticoagulante de la sangre puede afectar a cualquier parte del cuerpo del paciente; así, se citan en el prospecto posibles hemorragias (las más comunes en la nariz, aunque también pueden ser internas), entre otros muchos que no es necesario reproducir aquí para no asustar al lector (no pasa sólo con el Sintrom, sino con casi todos los medicamentos: una vez llegamos al apartado de efectos secundarios, la primera reacción es tirar la receta, la caja, el prospecto y, sobre todo, el medicamento, a la basura, puesto que si nos lo tomamos seguro que nos vamos a poner peor de lo que estamos).

Sin embargo, el prospecto del Sintrom no incluye como efectos secundarios ciertos síntomas que, en el mejor de los casos, pueden resultar desagradables; me refiero a síntomas que los médicos parecen achacar exclusivamente a la avanzada edad del paciente, como pueden ser debilidad, dolor de espalda, dolor de cabeza o falta de aliento.

Cuando a un familiar cercano le detectaron, hace ya unos años, una pequeña trombosis pulmonar, pasó a formar parte del Club de los Ensintromados; como buen paciente que es, se tomaba sus prescritas dosis diarias de pastillas puntualmente. Pero de ser una persona activa (trabajaba todos los días en el campo siendo casi octogenaria) pasó a verse completamente impedida para realizar cualquier otra tarea que no fuese permanecer sentada frente al televisor o estar en posición horizontal.

Cuando fue a visitar a su médico a contarle su situación, este debió pensar: “¡Pero cómo no va a estar cansada, si tiene casi ochenta años!”; así que le recetó más dosis de otras pastillas cuyo único efecto fue que, además de estar rendida, le provocaba mareos. Así que la única solución, a sus casi ochenta años, era resignarse y vivir como una anciana desvalida de ochenta años.

Por supuesto, eso le acarreó otros problemas, mucho más indetectables médicamente: sensación de inutilidad y de ser una carga para sus familiares, desesperación ante la imposibilidad de realizar un mínimo esfuerzo sin que notara que le faltaba el aire… Puesto que los síntomas aparecieron tras su salida del hospital, la causa podía ser la administración de sus elevadas dosis diarias de Sintrom, pero también podía tratarse de un efecto irreversible de la trombosis pulmonar (aunque esto no nos fuera advertido al recibir el alta médica), así que mantuvo las dosis prescritas durante una temporada más. Cada vez que iba a realizarse los análisis periódicos daba la vara a quien le atendía, pero como los análisis de sangre siempre le salían bien (estaban dentro de los parámetros considerados normales), nadie le cambiaba la dosis; todos los médicos debían pensar como su médico.

Por suerte, un médico amigo de la familia tuvo conocimiento de su nueva y desesperante situación, así que nos advirtió de que uno de los efectos secundarios del Sintrom era ese estado de desvalimiento; le recomendó que disminuyese ligeramente sus dosis de Sintrom poco antes de sus próximos análisis, y que si los análisis seguían mostrando unos niveles normales, que mantuviese las nuevas dosis. Eso sí, que no se lo dijera a su médico (más adelante veremos por qué).

Pues hete aquí que la disminución de sus dosis de Sintrom le hicieron revivir, que los análisis siguieron saliendo perfectos y que nunca más se sintió desvalida por el exceso de pastillas prescritas. Eso sí, su médico sigue sin saber nada.

¿Tan difícil resulta disminuir las dosis de un medicamento que deja desvalidos a ancianos llenos de vitalidad? ¿A qué se debe esa reticencia a modificar las dosis prescritas de un medicamento, aun a costa de la degradación en la calidad de vida del paciente?

Pues la solución a esta extraña casi unanimidad entre los médicos me ha llegado por el caso de otro familiar del Club de los Ensintromados; en este caso, el efecto secundario era de los que sí están en el prospecto: una hemorragia nasal que le ha tenido más de medio día ingresado en el hospital al tener que recibir una transfusión ante la excesiva pérdida de sangre.

¿Y cuál creen ustedes que ha sido la solución a esa enorme hemorragia nasal, síntoma reconocido de un exceso en las dosis necesarias de Sintrom? Pues la solución ha sido taponarle la nariz… ¡y mantenerle las dosis de Sintrom! ¿Pero qué les pasa a los médicos con el Sintrom?

La razón que le han dado para no reducirle las dosis de Sintrom ha sido que el cardiólogo que lleva su caso no estaba en el hospital… y no estará hasta la semana que viene, así que si vuelve a tener una hemorragia… que acuda al hospital y le taponarán otra vez la nariz.

¿Tan difícil resulta dar unas instrucciones para casos tan flagrantes de exceso de dosis de Sintrom? ¿Tan difícil resulta explicar que ante una hemorragia nasal como esa es procedente eliminar parte de la dosis?

Pues no, parece que no. Las dosis de Sintrom se mantienen y punto. Porque lo ha dicho el cardiólogo. Y que nadie se atreva a tocar las dosis de su paciente.

Pues yo, sinceramente, no lo entiendo. ¿Alguien me lo quiere explicar?