Podemos leer en la contraportada de un libro editado por Bankia y recientemente publicado por La Gaceta de los Negocios que esta crisis ha acercado la economía a todos los rincones de la sociedad, por lo que cabe concluir (tal cual puede leerse en ese libro) que la economía se ha democratizado; una conclusión, por otra parte, muy en la línea de los grandes pensadores neoliberales.
Sin embargo, es muy difícil llegar a esa misma conclusión sin tener como prioridad absoluta a la economía; de hecho, se llega a la conclusión contraria si se toma como prioridad la democracia: ésta se ha economizado, es decir, que se guía hoy por los poderes económicos más que por soberanías. O lo que es lo mismo: la democracia ha dejado de ser democracia.
De hecho, la única forma de democratizar la economía es a través de la gestión directa de ésta por el pueblo soberano; y eso tiene un nombre y se llama comunismo. Es de suponer que ni en Bankia ni en La Gaceta de los Negocios querían decir, y ni siquiera dar a entender, que esta crisis nos ha llevado a un sistema comunista.
Cuando la economía es la base sobre la que se pretenden desarrollar todas las demás cuestiones vitales, la única conclusión posible a la que se llegaría es que el mejor sistema político para la sociedad sería aquél que estuviese al servicio de la economía; es decir, aquél sistema político que hiciese más eficiente el desarrollo económico. Básicamente, lo que acabaría concluyéndose es que las mejores formas de gobierno son aquéllas que se asemejan más a las propias empresas (entre las cuales no se encuentra, evidentemente, la democracia); de ahí que desde la ideología neoliberal (que ha traspasado ampliamente la delgada línea que separa el desarrollo económico como medio del desarrollo económico como fin en sí mismo) se pretenda desregular el funcionamiento de la economía (es decir, separar el sistema democrático del sistema económico, evitando que pueda democratizarse). En definitiva, las teorías neoliberales aceptan las democracias como un mal menor, aunque sus insistentes demandas contra la regulación de los mercados sólo denotan en última instancia un rechazo frontal a este sistema político, considerándolo una lacra para el desarrollo económico.
Ese uso del desarrollo económico como fin en sí mismo (crecimiento económico desmesurado e ilimitado) es el que ha desembocado en la creación artificiosa de productos financieros sin base monetaria real (una burbuja financiera, que es la que nos ha llevado a esta situación de crisis sistémica), igual que sucedió con la creación artificiosa de necesidades inmobiliarias (la burbuja inmobiliaria previa a la burbuja financiera); la ausencia de regulación en el primer caso (los mercados de productos financieros secundarios –donde se mezclan productos financieros de todo tipo– nunca han estado regulados) y el mal uso de la regulación en el segundo (se utilizó y se promocionó la construcción como financiación principal de las administraciones públicas locales) permitieron que el propio mercado diese rienda suelta a ese crecimiento sin límites que ha acabado por estallarnos a todos.
Por lo tanto, la primera cuestión a determinar para construir nuestro futuro es si queremos formar un sistema basado en la economía o si queremos crear un sistema basado en la democracia. La configuración de todas las libertades individuales restantes se derivarán de esa determinación.
Así, si tomamos partido por un futuro basado en la economía deberán restringirse las libertades individuales de los trabajadores, que deberán subyugarse obligatoriamente al fin último del crecimiento económico, renunciando a muchos de los derechos existentes hoy; obviamente, tomar parte por ese futuro implica también que el sistema político asociado a esa base económica podrá ser cualquiera, si bien el democrático tendrá muy pocas posibilidades de ser el elegido (la subyugación de la masa social más numerosa, y su consiguiente pérdida de derechos, debería ser voluntaria en un sistema democrático).
Y si tomamos partido por un futuro basado en la democracia, las teorías neoliberales actuales deberán adaptarse a la subordinación del crecimiento económico a la voluntad libre y democrática de los ciudadanos, asumiendo que la cesión de poder de decisión desde el sistema democrático hacia el sistema económico (que es lo que nos ha llevado al actual despotismo, que incluso es capaz de impedir el ejercicio de la soberanía a un pueblo entero) no se va a poder producir de nuevo.
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