martes, 7 de agosto de 2012

Obedecerás a tu amo, obrero de mierda

Artículo 14. Prioridad absoluta de pago de la deuda pública.

El pago de los intereses y el capital de la deuda pública de las Administraciones Públicas gozará de prioridad absoluta frente a cualquier otro gasto.

Tal vez sea una de las medidas menos conocidas de esta contrarrevolución neoliberal y liberticida a la que estamos asistiendo, entre indignados, resignados e indiferentes, las otrora optimistas, desinteresadas y alegres clases obreras mediterráneas; no son buenas noticias que el propio Estado (y el Estado son también las autonomías y los municipios) haya dado la estocada definitiva a sus propios trabajadores, negándoles su sueldo y dándoselo a las entidades financieras titulares de deuda pública, que es al fin y al cabo, dados los niveles de deuda pública que se van a alcanzar y los elevados intereses a los que España se financia (y se financiará), lo que va a acabar ocurriendo más pronto que tarde con esta nueva regulación en las prioridades de pago introducidas en la Ley Orgánica 2/2012, de 27 de abril, de Estabilidad Presupuestaria y Sostenibilidad Financiera.

No había otra alternativa”, nos dirán; y poco a poco (porque las personas somos domesticables) iremos aceptando como inapelables los dictados del FMI y del Banco Central Europeo. Primero aceptaremos (ya lo hemos aceptado) que los funcionarios deban ceder su única fuente de ingresos a las entidades financieras, y después no nos quedará otra alternativa (porque ya hemos aceptado con total normalidad que hay unos trabajadores que deben hacerlo) que seguir su ejemplo en cuanto el pago de la deuda privada pase a considerarse, cualquier viernes de estos, prioridad absoluta “para calmar a los mercados” porque “no hay otra alternativa”. Poco a poco iremos pasando de la indignación y la rabia a la resignación, y de la resignación al sometimiento absoluto, porque no olvidemos que las personas no sólo somos domesticables, sino que somos capaces de adaptarnos a casi cualquier situación.

Y lo cierto es que cada día que pasa, cada viernes de Consejo de Ministros, cada comparecencia pública del FMI o del BCE, las alternativas se van estrechando más y más, hasta que llegará un momento en el que sí será cierto que no quedarán alternativas.

Para evitar una Islandia aquí, se han fusionado todos los bancos y cajas que podían dejarse quebrar para crear monstruos financieros “demasiado grandes para dejarlos caer”; de las tres entidades consideradas sistémicas hace unos meses (el Banco Santander, el BBVA y La Caixa) hemos pasado a un sector plenamente sistémico. Hoy no es posible dejar caer a ningún banco, porque todos son ya “demasiado grandes para dejarlos caer”; mientras algunos decían que había que seguir el modelo islandés, los contrarrevolucionarios neoliberales han ido creando sus cortafuegos para que una Islandia no sea posible en España. Y así continuarán.

Al trabajador español (y al mediterráneo) se le ha señalado con el dedo acusador por “vivir por encima de sus posibilidades”, por no ser suficientemente productivo al ausentarse de su puesto de trabajo (justificada o injustificadamente) o por cobrar salarios que no le correspondían por su clase social; los liberticidas neoliberales, conscientes de que un trabajador ocioso u organizado puede tener demasiado tiempo para pensar, no han tardado en crear más cortafuegos ante la mirada impasible de unos trabajadores ya convencidos de que ellos también son responsables de esta crisis por pedir créditos y préstamos ante la imposibilidad de autogestionarse su elevadísimo salario.

La vía para aprobar la milagrosa reforma laboral ha sido la que siempre se ha utilizado para domesticar al obrero analfabeto: un liderazgo de postín avalado por grandes puestas en escena recreadas por expertos comunicadores, permitiendo así que lo imposible (un milagro, en este caso económico) parezca creíble. Y llegado el momento de realizar el milagro, llegaron las estocadas y del milagro nunca más se supo: liderazgo primero, y la política del miedo después. Así funciona este sistema.

A las organizaciones de obreros que han conseguido una cierta influencia en la toma de decisiones políticas se les lleva acusando de corruptas desde que la derecha tomó el poder por primera vez tras la pérdida de su sindicato vertical; poco importa que las acusaciones hayan sido falsas en el 99% (o más) de los casos. Los propios obreros se encargan hoy de acusar a los de su clase de ser igual de corruptos que una Fabra o un Bigotes cualquiera; algunos saben muy bien que los sindicatos son un obstáculo, y han conseguido que los obreros renuncien a líderes sindicales de carne y hueso y exijan que al frente de los obreros esté un súper-héroe inmaculado. Era el paso previo para evitar que las dos vías de adoctrinamiento y de amansamiento de las masas empobrecidas a golpe de decreto (el liderazgo y el miedo) pudiesen fracasar.

En las primeras semanas de la victoria de la contrarrevolución neoliberal se acabó con los elevados sueldos de los obreros españoles (devaluación interna, flexibilidad laboral, cláusulas de descuelgue… hay infinitos eufemismos para referirse al sometimiento esclavista de un obrero de mierda a las leyes del mercado, que, dicho sea de paso, no han explicado nunca –no debe ser su función– por qué hay obreros que pasan hambre), no para que las austeras empresas puedan sobrevivir a su infinito endeudamiento (del 200% del P.I.B. español), sino para que los obreros no podamos volver a “vivir por encima de nuestras posibilidades” y no llevemos otra vez a nuestro país a otra crisis como ésta (hay que descartar la primera opción porque es evidente que sobrevivir a un endeudamiento del 200% del P.I.B. no va a ser posible: por eso las quiebras de empresas van creciendo a razón del 33% anual); esta era la vía del liderazgo (debemos ser más productivos, debemos ser más competitivos, no hay otra alternativa porque aunque los obreros españoles cobren un 20% menos que los productivos y competitivos obreros alemanes, los obreros chinos o guatemaltecos siguen siendo más competitivos que los potentados obreros españoles), que era obvio que no podría servir durante mucho tiempo.

Así que, ante el previsible chasco del milagro económico del liderazgo de postín, había que ir implementando la otra vía, la del miedo; y en esas primeras semanas de victoria contrarrevolucionaria se crearon todos los cortafuegos necesarios para que el miedo no tuviese una posible fuga. A las organizaciones obreras se les recortó la financiación para la formación de trabajadores, un poco primero y otro poco después, por quejarse; y si siguen quejándose, habrá otros recortes. Hasta que queden asfixiadas por la ausencia de héroes obreros inmaculados y por la falta de fondos para subsistir y acabe apagándoseles la voz.

Al obrero se le advierte que su vida es el trabajo y se le amenaza con el despido instantáneo si sufre algún percance en su salud fuera del trabajo (un esguince de tobillo –de 10 a 15 días de baja facultativa– es motivo de despido). A los nuevos trabajadores se les elimina la indemnización por despido, sea cual sea el motivo del mismo, a la vez que se les amenaza con no llegar al mínimo de cotizaciones sociales para tener derecho a una pensión, de forma que la única posibilidad sea aceptar las condiciones laborales y las humillaciones personales que les imponga unilateralmente el empresario que les toque en suerte.

Al obrero de mierda se le obliga a aceptar horarios laborales de 63 horas semanales (o hasta de 84) con la posibilidad de renunciar a su puesto de trabajo si no está de acuerdo y hacer frente con sus propios medios (el trabajo que ha perdido) a la previsión del aumento del desempleo para los próximos tres años, sabiendo que a los dos años (como máximo) engrosando las cada vez más abultadas cifras de parados va a tener que recurrir, tras perder cualquier ayuda estatal (que se ha de destinar con prioridad absoluta a pagar a las entidades financieras), a una beneficencia para la que hay cada vez menos recursos.

Pero por si a algún obrero se le ocurriese alzar la voz, la vía del miedo ha creado más cortafuegos en favor de la contrarrevolución: quien convoque protestas puede ser acusado de pertenencia a organización criminal (lo más parecido a organización terrorista), quien proteste en las calles pacíficamente se enfrenta a las porras, a las pelotas de goma y a multas superiores a los 300 €… Y si es una organización obrera o de carácter social la que convoca las protestas, se enfrentará a los delitos que comentan terceras personas en el transcurso de las mismas, por muy ajenas que sean a esa organización, o incluso se le podrá amenazar con su ilegalización.

Y por supuesto, el goteo de amenazas no cesa: eliminación de las vacaciones remuneradas, más recortes de derechos laborales, despidos masivos de trabajadores públicos, pérdida de pagas extraordinarias, ampliación de horarios, eliminación de más subsidios y subvenciones…

La vía del miedo ya está plenamente asentada; ahora ya puede destaparse la farsa del liderazgo, porque nada va a cambiar. Ya no.

El sistema debe pervivir, cueste lo que cueste. Y el obrero de mierda, que se dedique a obedecer a su amo. Esa ha sido siempre la función del obrero. Se acabaron las mamandurrias.

4 comentarios :

  1. Pues sera una opinón inexperta, pero es la misma que la mia, tuve compañeros que se molestaban por reconocer que soy, somos unos putos obreros de mierda de los cojones.

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  2. Nos dijeron que éramos algo más que obreros... Y ahora nos tienen divididos entre quienes se lo siguen creyendo y quieren volver a ser algo más que eso y los que vemos que esto, si sigue así, nos va a hundir en la miseria a los de siempre (incluidos los que creen que pueden volver al escalafón de la clase media).

    Estamos jodidos.

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  3. Entre ser un 'obrero' y vivir en una cárcel como la de tu propia existencia, prefiero ser un obrero. Saludos desde Chile, coño perdedor sin futuro!!

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  4. Algo no has entendido de la entrada, anónimo. La cárcel es a donde nos llevan. Y son muchos aun los que no tienen conciencia de ello. Y sin conciencia estamos abocados al fracaso.

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