Muy señores míos:
Hace tiempo que busco su dirección para dirigirme a ustedes y comentarles algunas cosas que no acabo de entender; puesto que esto de la realidad virtual de la red es lo más parecido al mundo en el que parecen vivir ustedes, supongo que este será el medio más adecuado para hacerles llegar esta misiva.
Como los mortales no sabemos muy bien la cara que tienen (la tienen dura, eso sí lo sabemos) ni qué es exactamente lo que quieren (a parte, según nos cuentan los economistas, de generar riqueza… ¿para quién?), no estaría mal que se presentaran a algunas elecciones y así (además de renovar a esta clase política que nos ha tocado sufrir) podríamos elegir cual de ustedes es más guapo, cual de ustedes se merece nuestro respeto (es un decir) o cual de ustedes se merecería un buen cachete; no es que quiera que se metan ustedes en política, pero pienso yo que si son ustedes capaces de hundir países enteros como Grecia (y de hacer tambalear a otros como Portugal, Irlanda o España), es de suponer (igual soy un pobre iluso) que tendrán también la fórmula para hacernos vivir un poco mejor, que es, al fin y al cabo, para lo que teóricamente sirve la política.
Además, conociéndonos mutuamente podríamos intentar evitar que ustedes se enfaden y nos envíen al paro o incluso podríamos advertirles cuando su avaricia (no se me enfaden ahora por llamarles avariciosos, porque el saco se ha roto y yo no he sido) excediese lo que el sentido común (ese gran desconocido para ustedes) dicte.
Y es que, ¿saben lo que pasa? Que esos profetas que ustedes envían para hacer de intermediarios entre ustedes y nosotros tampoco se aclaran entre ellos, unos se contradicen a otros y al final no sabemos muy bien a qué atenernos; muchos de esos profetas (los economistas, para entendernos) tienen una fe tan ciega en ustedes que no se han acordado de preguntarles (los economistas a ustedes) qué pasó con aquella autorregulación de los mercados que tan protegidos nos tenía a todos. Porque claro, la autorregulación de los mercados aparentaba ser (según han explicado siempre sus profetas) un mecanismo automático que impedía que los abusos y las estafas financieras y económicas pudiesen prosperar, castigando en todo caso a quien osara a hacer uso de esas pillerías dentro de los siempre autorregulados mercados; seguro que tienen ustedes una explicación, y a muchos –afectados, sin comerlo y sin beberlo, por esos fallos en su autorregulación– nos gustaría escucharla.
Por no extenderme más, que deben andar ustedes saturados de trabajo haciendo subir y bajar el IBEX, el euro, la deuda o el oro (y, por supuesto, el paro), me gustaría que hicieran una sincera reflexión: visto que ustedes, por sí mismos, han sido incapaces de controlar su propia avaricia y nos han llevado –ustedes solitos, sin la ayuda de nadie– a los demás a la ociosa y mal pagada vida del parado (o, en el mejor de los casos, bordeándola), ¿por qué no dejan que sean otros los que pongan los límites a sus pecados y se dejan de falsas y utópicas autorregulaciones?
Esperando no se ofendan demasiado, reciban un poco cordial saludo de un trabajador que ya se ha hartado de que su trabajo penda de un hilo porque “los mercados están muy mal” y que no entiende cómo, si tan mal están, no los tienen en observación (o no los han desconectado ya).
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