El Valle de los Caídos siempre ha estado envuelto de un elevado grado de secretismo, sólo rebajado hasta fechas muy recientes por los artículos que, insistentemente, hablaban de ese monumento como un símbolo de reconciliación nacional, aportando como argumentos datos incontrastables (que no es lo mismo que incontestables) como éstos:
«No se convierte en limitación, ni mucho menos en motivo de exclusión, el haber combatido en bando republicano, como algunos están empeñados en mantener. Éste fue y es un monumento para todos los españoles» (Del apartado «Enterramientos» de la Web Cuelgamuros, El Valle de los Caídos).
«Allí, por piadosa y patriótica iniciativa de Franco, permanecen recogidos los restos de millares de combatientes de ambos bandos en la guerra civil» (Del artículo «La verdad sobre la construcción del Valle de los Caídos», del Boletín nº 101 de la Fundación Nacional Francisco Franco, Enero-Marzo de 2005).
Hablan erróneamente, en el primer artículo citado, de una Orden promulgada el 11 de Julio 1946 (Orden por la que se prorrogan indefinidamente los enterramientos temporales de los restos de caídos en nuestra Guerra de Liberación, publicada en el Boletín Oficial del Estado el 15 de Julio siguiente) por una cuestión bien distinta a esa pretendida reconciliación nacional de la que tanto les gusta alardear a los halagadores de la figura de nuestro más reciente dictador.
Dicha Orden, firmada por Luis Carrero Blanco, fue promulgada porque la legislación establecía un plazo máximo de 10 años para dar traslado a los restos mortales desde una sepultura temporal a una fosa común (pasados esos 10 años se debía –y aun hoy se debe– comprar a perpetuidad una sepultura si no se querían perder los restos); como dice la Orden:
«De no llevarse a cabo la adquisición a perpetuidad de un enterramiento, y muy adelantados ya los trabajos de construcción de la cripta que en el Valle de los Caídos ofrecerá digna sepultura a los restos de los héroes y mártires de la Cruzada, se hace preciso evitar que, por falta de medios o por descuido de sus familiares, pudieran perderse algunos de los que dieron su vida por la Patria.
En su virtud, esta Presidencia del Gobierno se ha servido disponer:
El plazo de diez años, señalado para la duración de los enterramientos temporales, se considerará prorrogado indefinidamente, cuando se trate de enterramientos de restos de caídos en nuestra Guerra de Liberación, tanto si perecieron en las filas del Ejército Nacional como si sucumbieron asesinados o ejecutados por las hordas marxistas en el período comprendido entre el 18 de Julio de 1936 y el 1º de Abril de 1939; o aun en fecha posterior, en el caso de que la defunción fuese a consecuencia directa de heridas de guerra o sufrimientos de prisión».
Como queda meridianamente claro, el Valle de los Caídos sigue estando reservado en 1946, como en sus orígenes, a los «héroes y mártires de la Cruzada», entre los que sólo quedan incluidos los que «perecieron en las filas del Ejército Nacional» (es decir, los soldados) y los que «sucumbieron asesinados o ejecutados por las hordas marxistas»; en 1952 seguimos encontrando esas mismas restricciones: «En el Valle de los Caídos serán perpetuados cual merecieron por su muerte en los campos de batalla o en cualquier checa».
En el segundo artículo citado se hace referencia a un anuncio del Gobernador Civil de Madrid publicado en la prensa el 30 de Junio de 1958; dicho anuncio (lo podemos encontrar en la página 37 del ABC de ese día) es una nota informativa sin reflejo alguno en el Boletín Oficial del Estado, manteniéndose invariable por lo tanto el destino original del monumento:
«Es necesario que las piedras que se levanten tengan la grandeza de los monumentos antiguos, que desafíen al tiempo y al olvido y que constituyan lugar de meditación y de reposo en que las generaciones futuras rindan tributo de admiración a los que les legaron una España mejor.
A estos fines responde la elección de un lugar retirado donde se levante el templo grandioso de nuestros muertos en que por los siglos se ruegue por los que cayeron en el camino de Dios y de la Patria. Lugar perenne de peregrinación en que lo grandioso de la naturaleza ponga un digno marco al campo en que reposen los héroes y mártires de la Cruzada» (Decreto de 1 de Abril de 1940 disponiendo se alcen Basílica, Monasterio y Cuartel de Juventudes, en la finca situada en las vertientes de la sierra del Guadarrama (El Escorial), conocida por Cuelga-muros, para perpetuar la memoria de los caídos en nuestra Gloriosa Cruzada, publicado en el Boletín Oficial del Estado del 2 de Abril de 1940).
La nota informativa del Gobernador Civil de Madrid no es en realidad más que una exigencia del Vaticano, cuyo máximo representante (Pío XII) debía declarar oficialmente como Basílica la Iglesia de la Santa Cruz erigida junto a la cripta, hecho que acaecería dos años después de esa nota, en 1960 (siendo Papa Juan XXIII); aunque es evidente que el Vaticano no podía aceptar una cripta en la que sólo podían ser enterrados unos determinados católicos, el texto de la propia nota –mentira piadosa mediante– no deja lugar a ninguna duda:
«Uno de los principales fines que determinaron la construcción del Monumento Nacional a los Caídos, en el Valle de Cuelgamuros (Guadarrama), fue el de dar en él sepultura a quienes fueron sacrificados por Dios y por España y a cuantos cayeron en nuestra Cruzada, sin distinción del campo en que combatieron, según exige el espíritu cristiano que inspiró aquella magna obra, con tal que fueran de nacionalidad española y de religión católica».
Así pues, no es cierto, como se afirma en el segundo artículo citado, que la apertura de la cripta a las víctimas del bando republicano fuese una «piadosa y patriótica iniciativa de Franco», quien nunca rectificaría sus órdenes iniciales respecto al verdadero destino del Valle de los Caídos.
Ese hermetismo que ha envuelto siempre todo lo relacionado con el Valle de los Caídos ha servido, sin embargo, para afirmar sin ningún pudor que se trataba de un monumento a todos los caídos porque allí «permanecen recogidos los restos de millares de combatientes de ambos bandos en la guerra civil»; aquella nota informativa del Gobernador Civil servía de argumento, puesto que el anuncio rezaba lo siguiente:
«Próximas a su total terminación las obras de dicho Monumento, se pone en conocimiento de los parientes de personas en quienes concurrieran aquellas circunstancias, invitándoles a que manifiesten, en el plazo de quince días y mediante escrito dirigido a este Gobierno Civil, si desean o consienten que los restos de sus familiares sean trasladados al enterramiento del Valle de los Caídos.
En caso afirmativo, en el escrito en que así lo hagan constar, deberán expresarse:
a) Nombre y apellidos y domicilio del solicitante y su parentesco con la persona cuyo traslado de restos se interesa.
b) Nombre y apellidos del fallecido, con expresión de la fecha, lugar y circunstancias de su muerte, si fueran conocidas.
c) Lugar en que actualmente esté enterrado, con el mayor número de indicaciones posibles para su exacta localización».
El censo detallado de los enterrados en el Valle de los Caídos ha permanecido en secreto hasta el pasado 27 de Marzo, de forma que tanto las cifras que se barajaban como lo que se esperaba encontrar en dicho censo no eran más que especulaciones; por supuesto, podían haber enterrados allí combatientes de ambos bandos. Pero el censo detallado ha revelado alguna sorpresa al respecto.
De las 33.833 personas enterradas en el Valle de los Caídos (muy lejos de las más de 50.000 personas que se suponían enterradas allí), sólo hay identificadas 21.423; las otras 12.410 personas no tienen en ese censo ningún dato que las identifique más allá, en el mejor de los casos, del municipio en el que yacían sus cuerpos.
En la Web de la que se ha extraído la primera cita de este artículo se puede leer:
«Unos en camión, otros en coches fúnebres, van llegando hasta la Cripta, donde los Padres Benedictinos levantan testimonio de cada inhumación».
Nada más lejos de la realidad; casi el 40% de los enterrados en el Valle de los Caídos no se sabe quiénes son. No hubo, por lo tanto, consentimiento alguno de familiares, ni identificación de ningún tipo, en 12.410 casos.
Por supuesto, en el Valle de los Caídos puede haber caídos de ambos bandos; unos, perfectamente identificados, yacen ahora al lado de su particular salvador. Otros, sin embargo, fueron sacados de unas fosas comunes para enterrarlos en otra fosa común junto a su verdugo, siendo vilmente utilizados para afirmar que el Valle de los Caídos es un símbolo de reconciliación nacional porque allí yacen combatientes de ambos bandos.
El Valle de los Caídos, como dictaminó con total claridad el Régimen, es un monumento a los «caídos en nuestra Guerra de Liberación, tanto si perecieron en las filas del Ejército Nacional como si sucumbieron asesinados o ejecutados por las hordas marxistas».
El espíritu de reconciliación impuesto por el Vaticano tuvo que ser asumido a la fuerza por ese Régimen; una imposición que intentó utilizar el franquismo para tapar su revanchismo vengativo sin límites, recurriendo incluso al enterramiento forzoso de asesinados republicanos para intentar demostrar ante la opinión pública lo que era (y sigue siendo, ahora más que nunca con los verdaderos datos encima de la mesa) completamente indemostrable.