Los resultados obtenidos por el PSOE y por Podemos en España en las últimas elecciones europeas, así como los sondeos posteriores que se están publicando, deberían hacer reflexionar a toda la izquierda política sobre su futuro.
El pragmatismo que ha encarnado el PSOE durante muchos años ha acabado por dañar, tal vez ya irremediablemente, una base electoral de clase trabajadora que ha visto cómo esa izquierda posibilista se ha visto abocada a arrodillarse ante los grandes poderes fácticos y económicos cuando ha tenido que gobernar; no es algo que pueda evitarse (esos poderes están ahí), pero sí es algo con lo que es peligroso jugar, sobre todo cuando empiezan a traspasarse líneas rojas como la congelación de las pensiones, el castigo a la parte débil de las relaciones laborales o dar prioridad absoluta a devolver las deudas con la banca, incluso por encima del cobro de las nóminas, mientras a esos poderes fácticos y económicos no sólo no se les exigen compensaciones como principales responsables de la crisis, sino que se les permite dirigir, por encima de gobiernos y ciudadanos, su propia salida de la crisis a costa de los demás. La persepectiva desde la que el PSOE ha estado interpretando la realidad tras su paso por el poder se ha ido distorsionando cada vez más y nadie (salvo tal vez Zapatero en sus primeros años de gobierno) ha sido capaz de parar esa distorsión; lo que era bueno para España (interpretación estadista de la realidad) era cada vez menos bueno para los españoles (para la mayoría de españoles), y el PSOE no supo o no quiso verlo así. Esa ha sido siempre la interpretación patriótica de España, encarnada perfectamente por la derecha: si el PSOE tenía que gobernar como la derecha, mejor que lo hiciera directamente la derecha, que tiene mucha más experiencia en esa forma de gobernarnos. Y así acabó ocurriendo, claro.
El discurso de la lucha de clases ha sido abandonado por el PSOE; y aunque es cierto que aparenta ser un discurso anticuado por cuanto la prosperidad económica permitió difuminar (sólo en apariencia) los límites entre esas clases con objetivos más enfrentados que confluyentes, lo cierto es que la base de ese discurso sigue estando, aunque con otra terminología, no sólo plenamente vigente, sino en el centro mismo de los sobresalientes resultados de Podemos.
En un país con numerosos pequeños empresarios y autónomos, el discurso tradicional de la lucha de clases (obreros - capital) ha dado paso a otro discurso con una misma base ideológica (los de abajo - los de arriba, pobres - ricos, 99% - 1%, la casta, la élite...), pero que incluye a esas otras partes de la sociedad a las que, sin ser obreros en el sentido histórico del término, les ha tocado sufrir también los abusos del poder financiero a través de leyes (y rescates) que han puesto el foco en las verdaderas fuerzas predominantes de nuestras sociedades.
Un discurso que hasta hace bien poco quedaba restringido a pequeños círculos ideológicos etiquetados como extrema izquierda y a quienes nadie quería escuchar; nadie quería reconocerse, en plena época de vacas gordas, como un simple obrero que podía ser explotado. Nadie quería perder la categoría de clase media cuando el banco le otorgaba préstamos por importes que hoy consideramos inabarcables.
El aumento de la desigualdad que ha traído aparejada esta crisis está acabando con la que se consideraba clase media española (lo fuese realmente o no), que es la que más esperanzas de futuro ha visto truncadas: puestos de trabajo supuestamente consolidados que han desaparecido o que han visto devaluada su remuneración, incremento de los costes en educación y en sanidad al tiempo que se recortaba el acceso a becas y a todo tipo de beneficios sociales, incierto futuro del sistema público de pensiones que obliga a destinar a las familias más recursos a contratos privados de jubilación mientras disminuyen sus ingresos...
Históricamente, las revoluciones (entendidas éstas como cambios bruscos en la forma de entender los sistemas de convivencia existentes hasta un determinado momento) han fracasado en España (y en tantos otros sitios: vean en qué ha quedado la Primavera Árabe) por la ausencia de clases medias; las posibilidades de una revolución (con violencia incluida: o la utilizan los revolucionarios o la utiliza el poder que se derrumba, o ambos) son hoy más altas que nunca en todo el mundo occidental, no sólo en España. Son las clases medias (o los que se consideraban a sí mismos dentro de éstas) las que se están arruinando (las clases bajas siempre lo han estado y han ido sobreviviendo como han podido, algo -la supervivencia bajo mínimos- que difícilmente podrán soportar las clases medias arruinadas si su situación se mantiene durante demasiado tiempo) y son éstas las que pueden dar soporte (económico, social, ideológico...) a los cambios sustanciales (y no superficiales, como ha venido ocurriendo hasta ahora) en nuestros actuales sistemas de convivencia.
Los apoyos de las otrora clases medias obtenidos por una fuerza revolucionaria (por cuanto propone un cambio urgente y radical del sistema) como Podemos son la confirmación de los temores expresados en la última Cumbre de Davos: existe un riesgo cierto de graves altercados sociales (el uso del lenguaje alarmista es una de las formas que tienen de desacreditar las reivindicaciones para la mejora de la vida del 99%) que podrían extenderse por todo el mundo occidental.
Pero lo cierto es que Podemos (sea considerada una fuerza política de izquierdas, de derechas, revolucionaria, reaccionaria, bolivariana, nazi, terrorista o lo que se quiera) ha triunfado por su discurso utópico: puede cambiarse a mejor el mundo en el que vivimos, puede modificarse el sistema de convivencia si se tiene la voluntad de hacerlo, pueden confluir los intereses de un 99% en contra de los intereses establecidos del 1%. Se puede, y se pueda ya.
Este es el discurso que ha abandonado una izquierda (sobre todo el PSOE) empeñada en considerar a la clase trabajadora como clase media, empeñada en convencernos de que la zanahoria ajena que nos pusieron en el palo en la época de vacas gordas era válida como utopía y empeñada en convencernos de que contra el sistema establecido nada se podía hacer y, en consecuencia, debíamos integrarnos en él aceptando con resignación sus fallos y corruptelas.
Ese centro político que tan buenos resultados le dio a UCD y que hoy se disputan el PSOE y el PP es cada vez más raquítico: hoy no hay margen para el "sí pero no" del que han vivido tanto tiempo los políticos centrados. Hoy se requieren soluciones urgentes al desastre provocado por los mercados financieros primero y por la banca española después; y para eso no sirven ni el "sí pero no" ni las políticas de "lo mejor para España" si no son también lo mejor para los españoles.
Hoy se necesita más que nunca la utopía, la esperanza, las políticas que permitan a los españoles ver un futuro mejor no sólo para ellos, sino también para sus hijos. Hoy se necesita más que nunca una reforma completa de un sistema con elementos enquistados que lo están (y nos están) llevando a la ruina no sólo económica, sino también ética y social. Y eso sólo será posible a través de la utopía: de saber que se puede cambiar el sistema para que esté al servicio del 99% y no sólo al del 1%, y que se puede cambiar ya.
Eso sí: los ciudadanos han comprendido que ese cambio sólo puede ser posible si lo llevan a cabo personas u organizaciones sin servidumbres heredadas que les aten las manos. La cúpula política debe estar libre para poder liberar a la democracia secuestrada que tenemos hoy. Otra utopía más. Pero que genera esperanza y promete un futuro mejor. Vale la pena al menos intentarlo (si el 1% nos deja).
No hay comentarios :
Publicar un comentario