miércoles, 2 de noviembre de 2011

Caminando hacia la revolución

Parece que ya no hay vuelta atrás; la recaída en la recesión, que muchos esperaban para septiembre del año que viene, ya está aquí. No hay tiempo ni tan siquiera para tomar posiciones: el barco se hunde y cada cual va a intentar salvarse como pueda. Estados Unidos aplicando recetas expansivas y la Unión Europea aplicando (o al menos eso intentan) recetas recesivas; sin embargo, todo parece indicar que no hay receta que pueda salvar al sistema, y que su muerte será más brusca (que no indolora) de lo previsto.

Con casi cinco millones de parados en nuestro país, esta segunda recesión nos lleva directos al colapso social (el económico parece ya inminente e irremisible), y en esa situación el pacífico 15-M puede ser devorado por otros movimientos mucho menos dados a la participación y al diálogo.

Camuflada tras las rimbombantes teorías económicas neoliberales y con la impasible inoperancia política, la gran mayoría no nos habíamos dado cuenta de que el libre mercado hacía tiempo que había sido devorado por la libre especulación financiera; que cuando se hablaba de competitividad o de productividad, del Estado de Bienestar o del futuro de las pensiones, se estaba intentando medicar a un ente inerte, mientras su verdugo continuaba desgajando su cuerpo para exprimirlo por completo antes de su completa desaparición.

Hoy nos encontramos ante un mercado financiero con obesidad mórbida; y ha devorado ya a tantas víctimas que se está quedando sin alimento. Y como si fuésemos víctimas de un absurdo Síndrome de Estocolmo, le seguimos dando al mercado financiero todo aquello que nos pide (más inyecciones multimillonarias de capital) mientras el mercado financiero nos advierte de que nosotros tenemos que comer mucho menos, o mejor incluso si dejamos de comer y le damos nuestros alimentos a él.

Este país nos va a hundir a todos”, ha afirmado rotundamente un señor señalando el nombre de Grecia en la página de un periódico que estaba leyendo esta mañana en el bar de la esquina; ante semejante ejercicio de autoconvicción he optado por asentir, aunque para mis adentros he pensado que si un referéndum en un país que supone el 2% del P.I.B. de la Unión Europea nos va a hundir a todos es porque ya estábamos hundidos mucho antes de que los griegos pudiesen votar si su muerte financiera ha de ser lenta o rápida; de hecho, los cuatro primeros párrafos de esta entrada los tenía escritos desde finales de septiembre, y parece ser (visto el panorama económico y financiero desde 2008) que podría haberlos escrito incluso mucho antes (aparqué su desarrollo y publicación por parecerme excesivamente pesimista respecto al futuro, pero el último artículo de Juan Luis Cebrián, mucho más pesimista que el inicio del mío, me ha animado a acabarlo).

La cuestión es que podemos culpabilizar de la caída del sistema a Grecia, a los mercados, a la política, a los bancos, al G-20, al vecino o a nosotros mismos, y seguro que encontraríamos una parte de responsabilidad en cualquiera de ellos; pero mientras nos obsesionamos en buscar culpables estamos perdiendo un tiempo precioso en iniciar el cambio de sistema. Y hay muchos (seguramente los menos indicados para ello) que ya están tomando posiciones; y si han de ser los férreos defensores del capitalismo más salvaje quienes nos saquen de esta crisis del sistema capitalista, el futuro se presenta poco halagüeño.

El problema es que ideológicamente el comunismo ha sido desacreditado; y en la práctica, también. Esta situación ha conllevado la omnipresencia del capitalismo como única vía ideológica posible en nuestra sociedad; este monopolio ideológico ha sido posiblemente la principal causa de su propia caída, puesto que las únicas fuerzas que podían ejercer algún tipo de contrapeso (el propio comunismo, la socialdemocracia o incluso la sociedad a iniciativa propia) han sido incapaces hasta tal punto de frenar la voracidad de lucro de los sistemas financiero y económico que incluso han acabado alentando los desmanes propios de cualquier sistema basado en la avaricia. Y si, tal y como venían pregonando desde la derecha hace ya mucho tiempo, el futuro va a tener que decidirse sin luchas ideológicas de por medio, la primera ideología que debe apartarse del futuro es la que ha caído con esta crisis: el propio capitalismo; sólo con la muerte de las dos ideologías enfrentadas desde el siglo XIX puede abordarse el futuro sin luchas ideológicas.

Ahora bien, si el teórico poder de las democracias se ha pervertido y desviado de tal forma que ha acabado en manos de una élite (una especie de nuevo despotismo ilustrado) como el G-20, los bancos centrales, el FMI o el recientemente bautizado “Merckozy”, todos ellos firmes creyentes y defensores acérrimos del actual sistema caído, de forma que la soberanía popular ha acabado siendo una utópica declaración de intenciones en las constituciones de los países autodenominados democráticos, va a ser misión imposible apartar a esas élites (completamente ideologizadas) de las decisiones sobre el futuro de nuestras sociedades. No queda otra salida, pues, que la lucha ideológica; y el inicio de esa lucha sólo puede abordarse tomando como base las dos últimas ideologías caídas (capitalismo contra comunismo). Abordar la construcción de un futuro desde la nada (sin base ideológica alguna) no es posible en tanto en cuanto el poder de decisión real está en manos de esa élite despótica; afirmar lo contrario sólo puede interpretarse como un apoyo explícito a quienes ahora tienen el poder de decisión real, que son los mismos que nos han llevado a esta crisis sistémica.

Por supuesto, estas disquisiciones son totalmente utópicas: el poder nunca abandona sus posiciones sin ofrecer resistencia, nunca reconoce sus errores si nunca antes se le han exigido responsabilidades y defenderá su ideología como la mejor o incluso como la única posible y viable. Como dice Juan Luis Cebrián en su artículo de hoy en El País, las crisis sistémicas llevan aparejadas acciones violentas contra el poder establecido que pueden acarrear destrucción y muerte; atajar esas acciones violentas mediante una revolución pacífica aun es posible si realmente se tiene la voluntad de salir adelante construyendo otro sistema más justo con todas las personas, independientemente de su capacidad adquisitiva, e incluso un sistema más participativo y en el que no quepa ningún tipo de despotismo. Es cierto que ha de ser a través de la verdad como se construya ese sistema, pero seguramente no será posible construirlo con la actual actitud de nuestros políticos.

Siempre quedará, por supuesto, la revolución violenta y la contrarrevolución sanguinaria; pero si llegamos a eso seremos muchos los que no llegaremos a conocer nunca otro sistema que el depravado sistema actual. Y es una lástima que la experiencia y la propia Historia nos hayan demostrado una y otra vez que las crisis sistémicas nunca han tenido una solución pacífica.

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