miércoles, 9 de marzo de 2011

Malditos trabajadores

El aumento de los salarios debe ir asociado al aumento de la productividad de los trabajadores; así se lo hemos oído decir a Ángela Merkel, a la OCDE, al FMI, al BCE y hasta a Felipe González. Por supuesto, es uno de los mantras del neoliberalismo económico y una de las medidas imprescindibles para superar la crisis según todas las asociaciones empresariales españolas.

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La competitividad de nuestra maltrecha economía debe mejorar urgentemente, y al parecer los únicos responsables de que nuestras empresas no sean competitivas somos los trabajadores y los impuestos; en Gran Bretaña, con sueldos que doblan a los de los trabajadores españoles (42.000 € anuales de media frente a nuestros 21.000 € anuales) y con un impuesto sobre sociedades exactamente igual al español (entre el 20% y el 30% de los beneficios contables) podrían señalar con el dedo a sus trabajadores, pero en España no acaba de entenderse muy bien qué tienen que ver los salarios con la falta de competitividad.

El pasado 20 de Febrero escribía Ángel Laborda (director de coyuntura de FUNCAS, la Fundación de las Cajas de Ahorros) en el suplemento de Negocios de El País que la competitividad de nuestras empresas se ha restablecido respecto a la pérdida de competitividad de años anteriores gracias al considerable aumento de la productividad de los dos últimos ejercicios; efectivamente, la productividad de los trabajadores españoles (habitualmente por debajo del 1%) se acercó en 2009 al 3% y al 2% en 2010. Sin embargo, la economía parece haberse convertido en la ciencia que trata y justifica las excepciones a la regla, y tras reconocer en el artículo esos históricos niveles de productividad leo absorto que «no cabe dejarse tentar por la idea de que sería mejor un aumento mayor de los salarios para que el consumo tirara más»; así, la escuela económica española (FUNCAS es un referente entre los economistas a la hora de crear opinión) parece empeñada en adoctrinar a los empresarios en las teorías económicas neoliberales y en cómo dejar de aplicarlas cuando les venga en gana.

Teniendo como referentes a estos maestros, no nos debería resultar extraña la escasa cultura de la eficiencia existente en muchas empresas españolas, más preocupadas en fijar sus políticas empresariales en función de la mayor o menor facilidad en la evasión de impuestos o en deshacerse de costes laborales ante el mínimo atisbo de una reducción en los beneficios que en premiar la eficiencia o en reducir otros costes estructurales totalmente desmesurados y, en muchas ocasiones, absurdamente caprichosos. Y con esas políticas empresariales, que acaban deviniendo en decisiones económicamente irracionales o laboralmente injustificables, tampoco nos debería extrañar el escaso interés de muchos trabajadores en mejorar su eficiencia en beneficio de la empresa.

Las reticencias de los sindicatos y de la izquierda en general a referenciar los salarios a la productividad no podrían entenderse sin tener en cuenta estas reflexiones, a las que cabría añadir las argucias contables (amparadas legalmente por cuanto cada empresa puede aplicar sus propios criterios contables dentro de unos amplios márgenes económicos) destinadas específicamente a rebajar o a incrementar las productividades o los beneficios empresariales en función del interés cortoplacista de cada empresa en particular.

En definitiva, lo que podemos comprobar en esta España de hoy es que mientras al trabajador se le intenta convencer de la imperiosa necesidad de referenciar nuestros salarios a nuestras productividades, a los empresarios se les está adoctrinando en las formas de evitar que los incrementos en las productividades conlleven mayores costes laborales. Algo difícil de casar si ambas informaciones llegan al trabajador.

Abundando en esta misma dirección, publicaban ayer en El País tres economistas promotores de la reforma de la negociación colectiva otro artículo que se inicia con el ya consabido mantra: «La economía española tiene un grave problema de competitividad». En este caso no sólo se responsabiliza a los trabajadores de ese grave problema (son los salarios y las condiciones de trabajo los únicos factores que impiden a las empresas disponer de la necesaria flexibilidad para aumentar su competitividad: «La negociación colectiva debe facilitar la adaptación de los salarios y condiciones de trabajo a la productividad [y] permitir que las empresas dispongan de flexibilidad en la organización del trabajo para aumentar su competitividad»), sino que incluso se va un poco más allá: los únicos responsables del «excesivo peso de sectores poco productivos» en la economía española son los salarios que cobran los trabajadores, que deberían mostrar una mayor relación «con las diferencias de productividad entre sectores y ocupaciones».

Por supuesto, las empresas españolas no tienen ninguna responsabilidad en la «reasignación de recursos hacia las actividades más rentables», porque disponen de tan poca flexibilidad interna (no pueden «alterar lo negociado» en los actuales Convenios Colectivos ni «descolgarse de lo pactado en aquéllos») que los salarios de los curritos españoles incluso «las impide aprovechar las nuevas tecnologías y restringen el crecimiento de las PYMES».

Hablando en plata: a las empresas y sectores más productivos no se les puede exigir que ofrezcan mejores retribuciones a los trabajadores más productivos (estos trabajadores tienen los salarios adecuados, justo en la mitad del salario que cobrarían en Gran Bretaña, y por eso en España no sabemos lo que es la fuga de cerebros), así que la única solución posible pasa por reducir el salario de los trabajadores menos productivos a un cuarto (el 25%) o menos de lo que cobrarían en Inglaterra. Es decir, que España sólo sería competitiva si sus trabajadores cobráramos menos del 33% de lo que cobraríamos en otro país europeo; aunque yo diría más: si de verdad queremos ser competitivos y queremos evitar que las empresas abran sus plantas de producción y trasladen sus sedes a China (por poner un ejemplo), lo que deberíamos hacer es aprender del tercer mundo y trabajar 18 horas a cambio de alojamiento.

Estos economistas del resurgimiento del capitalismo más salvaje, único responsable de la actual crisis financiera que ha paralizado por completo a España y a medio mundo, no sólo no se conforman con apalear a la clase trabajadora (a todos sin distinción excepto a ellos mismos, que nunca renunciarían a sus emolumentos en beneficio de un tercero: ¿o acaso estos economistas están trabajando gratis para ayudar a las empresas que los contratan a ser más competitivas?), sino que incluso pretenden tomarnos el pelo esperando que nos mantengamos en la más absoluta inopia y asintamos con la cabeza sin rechistar ante sus brillantes ocurrencias en nuestro beneficio.

Y yo me pregunto: ¿es que no hay nadie con la capacidad mediática suficiente para explicar a los trabajadores (la inmensa mayoría de los españoles) que el capitalismo salvaje que nos ha llevado a esta situación quiere morir matando y que van a intentar recuperar sus beneficios a costa de quien sea sin importarle lo más mínimo los medios utilizados o los daños colaterales causados?