Hablaba Paul Krugman en un artículo del lunes en El País titulado «La gran abdicación» de que muchos economistas estaban hablando ya de lo ocurrido en Austria en 1931 como ejemplo de lo que puede ocurrir en España 81 años después; se refería Paul Krugman al rescate que tuvo que afrontar Austria ese año sin que ningún otro país europeo o institución internacional hiciese absolutamente nada para ayudar al país, una situación que ya se repitió en Irlanda (que tuvo que pedir el rescate internacional después de rescatar a sus bancos con sus propios medios) y que va a repetirse ahora en España (cuyo rescate a su sistema financiero ha de pagar también el Estado, aunque esta vez pidiendo primero el dinero a terceros).
Pero, ¿qué pasó en Austria en 1931? En un artículo del 11 de marzo 2009 en Credit Writedowns se reproduce un texto del libro «The World in Depression» de Charles Kindleberger en el cual se explica someramente cómo entre el 11 de mayo (fecha en la que se anunció una inyección de más de 150 millones de chelines para cubrir las grandes pérdidas del banco austríaco Creditanstalt que, bajo las leyes vigentes, le obligaban a una recapitalización inmediata o a su cierre fulminante) y el 16 de junio de 1931 (fecha en la que el gobierno austríaco se negó a aceptar las condiciones del préstamo que le ofrecían varios países europeos por otros 150 millones de chelines) el gobierno austríaco tuvo que sucumbir ante la imposibilidad de afrontar el rescate de su maltrecho sistema financiero. Dos años más tarde se impondría una dictadura (la de Engelbert Dollfuss, canciller democrático desde mayo de 1932) que daría paso a los cinco años a la anexión del país por parte de la Alemania nazi de Adolf Hitler (que accedió también democráticamente al cargo de canciller alemán a principios de 1932).
Sin embargo, los problemas financieros austríacos y alemanes no se iniciaron en 1931, sino que venían arrastrándose desde el final de la I Guerra Mundial (ya en 1924 quebraron el Allgemeine Industriebank, el Austro-Polnische Bank y el Austro-Orientbank, así como el banco privado Union Bank, por las altas tasas de inflación interna y por el fracaso de las políticas especulativas sobre el franco francés), algo que no puede trasladarse sin más a España, cuyo sistema financiero ha empezado a tambalearse tras el pánico bancario posterior a la quiebra de Lehman Brothers, cuando se cerró por completo el grifo de los préstamos interbancarios.
Pero veamos cómo se vivió aquel rescate de la banca austríaca de 1931 desde nuestro propio país; el segundo día de ese año encontramos la primera pista sobre la situación financiera de nuestros bancos: el Heraldo de Madrid informa en su página 11 de que los últimos gestores del quebrado Banco Matritense se enfrentan a graves penas de cárcel por haber declarado fraudulentamente su quiebra. No andan tampoco nuestros bancos demasiado sobrados tras la Gran Depresión de 1929.
Las primeras fases de la situación de los bancos austríacos no tienen reflejo alguno en nuestra prensa; sin embargo, sí encontraremos algunas reflexiones acerca de la crisis mundial que en aquellos momentos afectaba también a España, unas reflexiones que merecen ser reproducidas por su inquietante similitud con las que podemos leer hoy en cualquier periódico. Por ejemplo, en La Libertad del día 24 de mayo se preguntaban «¿Hasta cuándo durará la crisis económica?», y las respuestas no se desviaron demasiado de las que encontramos respecto a nuestra actual crisis.
No será hasta el día 30 de ese mes de mayo cuando transcienda alguna noticia sobre los problemas financieros de Austria; ese día, en diversos periódicos españoles (entre ellos, La Época), se informa de que el Banco Internacional de Pagos ha llegado a un acuerdo con Austria para poner a su disposición créditos de divisas (aportados por los bancos centrales de varios países) que puedan ser utilizados por el Banco Nacional austríaco a medida que los necesite para solventar las dificultades del Kredit Anstalt.
No nos costaría demasiado esfuerzo equiparar el eufemismo de aquellos “créditos de divisas que serán utilizados a medida que lo exijan las necesidades” con los actuales eufemismos de nuestro rescate bancario provocado por (adaptando los términos del anterior artículo) “la situación creada en España por las dificultades de Bankia”.
La posterior crisis de gobierno se despacharía el día siguiente (17 de junio) con una breve nota en algunos periódicos, como en La Correspondencia Militar.
Tres días después aparecen otros detalles de la ayuda recibida por Austria, también en La Correspondencia Militar.
Mientras tanto, la situación en nuestro país no parece demasiado halagüeña en lo económico, según comprobamos en La Época del 22 de junio.
En el periódico Crisol del día siguiente encontramos una amplia noticia acerca de la situación política y económica de Europa tras la crisis austríaca.
Estados Unidos advirtió enseguida de dónde provenía el problema austríaco, que acabaría siendo también el problema alemán si no se le ponía solución en breve.
Pocos días después de que Francia, la más reticente a la moratoria de un año que se pretendía conceder a Alemania y a Austria para el pago de las reparaciones de los daños causados por la I Guerra Mundial, aceptara esta propuesta, fueron los bancos alemanes (y la propia Alemania) los que empezaron a quebrar. Esta moratoria fracasaría definitivamente tras abordarse un acuerdo sobre el conjunto de las deudas de guerra en verano de 1932, durante la Conferencia de Lausana, porque Estados Unidos (que tampoco aprobó la moratoria propuesta por su Presidente hasta finales de 1931) no aceptó entonces, por el recrudecimiento de la crisis, renunciar al cobro de las deudas exteriores con sus aliados; sin embargo, a efectos prácticos ni Alemania ni Austria pagarían más por aquella reparación, ni los aliados pagarían a Estados Unidos el resto de las deudas de guerra que debían abonarle.
Lo que ocurrió los años siguientes es ya mucho más conocido para todos.
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