Nació en tierras áridas, en La Herrera, provincia de Albacete; empezó a trabajar demasiado joven, como tantos otros niños de la posguerra. Pastor fue su primer trabajo.
Con una larga familia (eran 11 hermanos, un equipo de fútbol al completo), hizo sus pinitos como futbolista haciendo gala de su segundo apellido (hoy famoso, entonces no tanto); un apellido que ha llevado siempre con gran orgullo, sobre todo cuando vio a su primer nieto haciendo regates al más puro estilo Iniesta, recordándole siempre que, aunque lejanos, seguimos siendo parientes y algo de ese gran futbolista deben llevar en la sangre sus descendientes.
Como tantos otros españoles, se vio obligado a dejar sus raíces rurales para desembarcar, con gran parte de su familia, en zonas más industrializadas; aquella emigración forzada fue la que le llevó a conocer a mi madre mientras trabajaba en las calles de mi pueblo. Volvió a sus raíces rurales, aunque a más de 300 quilómetros de distancia de su pueblo natal.
Trabajó duro en el campo para sacar adelante a sus cuatro hijos, hasta que el campo no dio para más y tuvo que abandonar de nuevo lo rural para dedicarse a lo industrial. En la cerámica acabó su larga vida laboral; con más de cuarenta años cotizados (y otros diez no cotizados), decidió que ya era hora de dejar de trabajar. Sus cinco nietos nacieron estando ya jubilado; aunque menos tiempo del que nos hubiese gustado a todos, pudo disfrutar de ellos.
Tal vez una de las cosas que más voy a echar de menos (esas pequeñas
cosas que parecen no tener importancia) es poder practicar un
bilingüismo real y respetuoso todas las mañanas mientras nos tomábamos
yo mi café y él su cerveza: cada cual nos dirigíamos al otro en nuestras
respectivas lenguas maternas con total naturalidad, sin ninguna
necesidad de cambiar ninguno de los dos a la lengua materna del otro. Algo que con él era tan natural, no he conseguido hacerlo con nadie más.
Le han faltado cinco años y doce días para cumplir sus bodas de oro; el hígado le jugó una mala pasada antes de tiempo. El no querer ser una molestia para nadie le hizo aguantar (muchas veces en silencio) enfermedades que nadie hubiese aguantado; tres días antes de morir, estando ya ingresado en el hospital (un ingreso casi obligado tras mucho insistirle), aún estaba preocupado por los días de trabajo que haría perder a sus hijos.
Su última voluntad lo define perfectamente: para seguir dando sin recibir nada a cambio aun después de muerto (y también para evitar molestias y gastos a su familia), decidió hace seis años que al morir donaría su cuerpo a la ciencia.
Fins sempre, papa.